lunes, 5 de diciembre de 2011

Breve Historia de un Gran Hombre (II)

Álvaro Alonso Barba

Estaban los colonizadores ante la inmensa Cordillera de los Andes, laberinto de misterios, y allí escudriñaban los pliegues y repliegues de las montañas, henchidos de tesoros. «El ánimo codicioso de muchos aventureros- ha escrito un investigador español debió crecer hasta la vehemencia de un apetito incontrastable» al contemplar cerros como el del Potosí, del cual ha cantado el autor de La Araucana:

« ... el riquísimo y crecido

cerro del Potosí, que de cendrada

plata de ley y de valor subido

tiene la tierra envuelta y amasada.>>

Por tierras amasadas de plata iba a andar, con paciencia y devoción de sabio, y no con ambición de mercader, el cura de la Villa de Lepe. El metal argentífero se daba en el Perú con tal abundancia que dejaba estupefactos a los buscadores de minas. ¡Pero eran tan largas las distancias! ¡Y tan escasos los caminos! Por senderos inverosímiles había de llevar hasta Lima pequeñas cargas que tardaban en llegar a la capital mucho más de lo que exigían las continuas y apremiantes demandas del Virreinato y de las Empresas de colonización nacidas en torno al Virrey. De otra parte, los métodos empleados para beneficiar los minerales de oro y plata eran tan defectuosos y elementales, que una parte del tesoro, «desfigurado y esparcido en las moléculas del mineral», quedaba escondido.

Resultaba, por tanto, que entre la exigüidad de los medios de transporte y la precariedad del sistema seguido en la tarea del beneficio de los metales, se perdía prácticamente una gran parte de las riquezas peruleras. Era necesario, por consiguiente, acometer y resolver el doble problema: acrecentar el número y la velocidad de las comunicaciones y hallar una mejor manera de extraer de los maravillosos pedruscos mayores proporciones del tesoro guardado en su seno.

El Virrey encomendó la primera tarea a los que mayor entendimiento mostraban en el ingenio y sabiduría de los caminos. De la segunda fue encargado el cura de Lepe, D. Álvaro Alonso Barba: A partir de aquella hora, su vida consumía las horas en decir misa, rezar laudes, maitines, vísperas y completas, y perfeccionar largamente, pacientemente, el arte de los metales. Sin auxilio apenas de ninguna investigación anterior, sin más elementos que los de su prodigiosa capacidad observadora, recorría los montes y los valles, dialogaba con los indios para saber de ellos esas noticias que no suelen estar en los libros y que la divinidad parece revelar a los pueblos primitivos a lo largo de los siglos. Alonso Barba se reveló inmediatamente como un poderoso hombre de ciencia, en la más pura acepción ele la palabra. «El espíritu de invención -escribe Carracido- le sugirió un nuevo modo de beneficiar la plata en frío por medio del azogue... » <genio nacional imprimió en este invento tan profunda huella que aún hoy, transcurridos más de tres siglos, subsiste, revelando su primitivo carácter en todos los tratados de Metalurgia, sea cual sea el idioma en que se escriban.»

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